22.2.11

Llovían trozos de amatista -la piedra más valiosa que poseían los Eternos- desde las entrañas del Infierno a los ángeles del Cielo, recorriendo mares y montañas en busca de un hogar. Las pequeñas partículas de perdón se esparcieron en el mundo de los mortales, los seres más detestados por todos. Aquellos más egoístas que el propio Belcebú. Sólo unos pocos hombres de honor atrapaban una y la guardaban en su bolsillo, para luego protegerlas en una cápsula de cristal. Pasaban horas y horas contemplándolas, como si fueran un milagro de Dios, pero jamás las usaban.
Las golondrinas, contemplaban desde la sombra del silencio y se preguntaban porqué no les daban una utilidad. Algunas creían que estaban esperando el momento correcto para utilizarlas y que aún no había llegado. Otras, pensaban que no querían desperdiciar la oportunidad o que tal vez no servían en absoluto.
Una de las más pequeñas de la peculiar bandada, robusta y sagaz, sugirió: ¿No será que el hombre teme perdonar porque aún no sabe cómo hacerlo?
Todas asintieron y continuaron su vuelo.


1 comentario:

  1. Me re gusto ailu, no se como haces para escribir tan bien T.T por cierto, Muy cierto y profundo, queda en cada tintero del alma responder a este escrito, (:

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