El cielo se desvanece en cámara lenta en una gama tal película en blanco y negro presenta.
El sonido de las aves simplemente es mudo pero áspero, pareciera que les han arrancado los pulmones desde lo más profundo de sus entrañas. Les falta el aire.
Los niños no salen a jugar, llueve. Su pelota ha sido destruída por un conductor desprevenido, tal vez despreocupado también. Las bicicletas no existen en esta era.
Ni siquiera aquella adorable pareja de ancianos se digna a realizar su caminata diurna por la manzana, ni se asoman por el balcón. No se animan.
Las hojas de los árboles sollozan al compás del viento, avecinando la tempestad.
Caen por montones.
Caen por montones.
La extraña silueta de una oscura sombra baña la ciudad del pecado en amargura.
El silencio es superfluo.
El resto simplemente se remite a ignorar la residuosa sociedad en la que habitan. Nadie habla, ni se oyen los pensamientos más insignificantes.
La tormenta comienza a asomar sus primeros brotes de ácido, las gotas de sangre recorren mis mejillas.
La vida es innecesariamente significante para unos.
Para los demás es significantemente innecesaria.
Para los demás es significantemente innecesaria.
Me he aburrido de ella. Hoy es un día idóneo para el suicidio.
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