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- Que nadie sepa de lo nuestro, mejor que sea un secreto.
Ella, ferviente creyente en el romanticismo clásico con agua de rosas, asintió y cerró su corazón para siempre. Sabía que nunca más volvería a verlo.
- Adiós dulcinea.
Le dijo al oído y se fue en su Harley, como si fuera un caballo blanco.
Para él, lo único que quedó de esa noche fueron dos tickets de Metallica y medio vaso de cerveza.
Para ella, un amor que sobrepasó fronteras, carreteras y cuentos de hadas.
Y en silencio, susurró para sí misma:
- Tan cerca, no importa cuán lejos.
Un recuerdo quedó tatuado en su corazón de metal.
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