
Según los antiguos griegos, nací bajo el nombre de Gaia. No me quejo, pero otro más imponente no hubiese estado nada mal. Florecí en un recóndito lugar del planeta azul llamado Pangea, donde sólo merodeaban incontables especies de seres que, generalmente, marchaban en cuatro extremidades. Mi color preferido era el verde, ya que era el único que me rodeaba y no conocía otro. Tampoco supe qué era un color hasta que brotaron capullos originando flores de las tonalidades más bellas, jamás vistas. Me fascinaban los narcisos blancos, su fragancia era sencillamente exquisita. Desafortunadamente, ese mar de colores y perfumes se esfumó en un santiamén de tiempo, con la llegada de Él. Aquellos seres comenzaron a extinguirse, uno por uno. Algunos dejaron sus huesos para que supieran de su existencia y tal vez Él se diera cuenta de lo que perdió. Otros, simplemente no concedieron ni una huella en el ya reseco fango. Los colores se apagaron difuminándose en tan sólo tres tonalidades: blanco, negro y gris. Era el segundo indicio del fin de los tiempos. La felicidad estaba en liquidación. Las fragancias, opacadas por el humo de las nuevas maquinarias, desaparecieron rápidamente. Creyó que podría imitarlas, tal vez en su afán por recuperar tales aromas tan delicados, pero no fue más que otro intento fallido por su parte. Todo estaba concluyendo. Aún era joven, me quedaban siglos por recorrer, pero en este instante es imposible evitar que un asesino se cruce en tu camino. Intenté pedir ayuda, envié señales de auxilio con fuertes tormentas, lo único a mi alcance, pero no hizo caso. Nunca me escuchó. Ya es muy tarde para salvarme, le dije. Y al parecer, no le importó.
Con las últimas fuerzas que me quedan, traté de contar algo de mi historia (claro que resumiendo, sino jamás llegaría a darle un fin). Ahora vivo en el mundo basura, infestado por residuos humanos, -o al menos así oí que hacían llamarse, "humanos"- pero no son más que una plaga ingrata. Nadie supo jamás el porqué, pero se han desnaturalizado. Sin embargo, las consecuencias las sufrimos nosotros. Yo. No es un reproche, ni una amenaza, nada. Tan sólo una carta de despedida, ya es hora de inmolarme en el sol. Espero que se de cuenta que con mi extinción marcó su sentencia de muerte. Nunca quise que todo terminara así, pero al parecer Él siempre fue mi enemigo. Él, el hombre.
Atte.,
Gaia (4.550 millones de años A.C - 2010 D.C)
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