2.9.11

¿Dónde te has metido, Numen?

Ciego como murciélago al alba.

Alborotado y ofuscado, pintarrajeando el cielo de sombras, buscando el próximo eclipse solar.
Tan sólo un intento más, lo prometo. Luego a descansar y continuar del otro lado.
Sí, puedo atrapar una estrella con la punta de mis dedos.
Puedo esconder al hijo de Zeus con la palma de mi mano, pero no encuentro el paraíso detrás del horizonte. Soy incapaz de cazar sueños y transformarlos en cuentos.

He perdido mi musa, y el mapa ya es prácticamente ilegible. Mi memoria no es lo suficientemente precisa para seguir el recorrido. Aún así no pierdo la certidumbre de recuperarla, mi búsqueda sigue en marcha, Adrián.

Tras la tempestad de la madrugada, veo un arco iris asomarse en el límite del oceáno. En vano fue seguirlo, pues al final de él no encontré ni oro, ni siquiera aquel duendecillo verde que siempre soñé ver, tras las historias que escuché en ese viejo bar irlandés.
Sólo encontré flotando a la deriva, una botella aparentemente de cristal, con un capuchón partío y un carozo de durazno a modo de tapa. Quizás llevaba un buen tiempo ahí, tal vez una década o más. Dentro hallé un mensaje escrito en pétalos de narcisos, un último aliento antes de partir:

"Ciego como un pozo, lentamente muero. Deshazte de los vendajes. Ve y emprende viaje".


Dejé caer la botella aparentemente de cristal, con un capuchón partío y un carozo de durazno a modo de tapa, con su respectivos pétalos de narciso excepto uno que guardé en mi bolsillo derecho.
Así es como cada vez que daba por vencida la partida, metía la mano en mi bolsillo izquierdo, para luego recordar que guardaba el recado del lado derecho.
Y aún continúa esta odisea, en busca de mi inspiración.

Soy un viejo sabio a la deriva, ciego como murciélago al alba. La suerte está echada, camarada. Si la pierdo de nuevo, sólo aquí muero.

Mientras tanto, ¡leven anclas compañeros! Y llame al cantinero.

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