Lluvia cae como agujas de punta.
Gotas se clavan en la vereda, en la tierra.
Cosen caminos para que las hormigas encuentren la ruta a casa
y lleven para comer esos pedacitos que arrancamos al pasto.
Sin querer las pisamos, mueren sin un último adiós.
Las sobrevivientes siguen marchando, hasta el final del sendero.
Sólo la mitad se reúne para cenar, las otras, son cenadas.
Qué día tan solitario, mis favoritos.
Ayer compré una granja de hormigas.
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